Isabel la Católica fue, en tamaño grande, lo que Franco. Minimalista Franco, pero igual. España, una, grande y libre. Mentira. Todo en la vida de Isabel la Católica fue una mentira. Fue un timo. Envenenadora, ambiciosa, terrible. No hija de su padre, sino de Don Álvaro de Luna, mucho mejor padre que su padre, que era tonto. Y desde luego se equivocó, porque pensó que casándose iba a unificar. Hay dos maneras de unificar: la unidad, que es algo generoso, magnífico, fraternal, voluntario y hacer la unión: forzoso, terrible, vergonzoso, aplastante. Y sobre todo sobre un concepto como la religión. O le cortamos la cabeza, o le quemamos, o le echamos. Y fracasó. Nada más morirse, su marido estaba deseando casarse con la verdadera reina de Castilla, que era la Beltraneja. Isabel la Católica no puede presentarme ninguna querella porque está en los infiernos.
Antonio Gala, anoche en El Español de la Historia. Lo mejor de la noche fueron las perlas del escritor a cada candidato, en especial a los nobles históricos. Por cierto que bien barrieron para casa José Bono y el de los bastones, uno con su campaña y otro con su libro. Curioso que se nomine a Letizia, Felipe y Sofía, que no han dado un palo al agua, al menos en lo que respecta al esplendor de España. Al final, como era de esperar, se llevó la palma el Rey y se volvió al tan manido tema de aquel 23-F que no fue más que una triste parodia de intentona golpista. De todo esto sólo se deduce el vasto conocimiento que de su historia tiene este pueblo. Tres mil años de riqueza cultural resumidos en un suspiro de treinta y dos. Y eso sin definir qué es un español. Porque si pueden incluir a Pelayo, Alfonso X o El Cid, anteriores a la denominación España, por qué no meter a Adriano, Abderramán o Averroes, mucho más influyentes. Ah, espera, que lo moro no puede ser español. Y menos lo romano. Puestos a elegir a un monarca, mejor Felipe II, dueño de medio mundo. Ese sí que fue un español con dos cojones. Amos ya.