Ayer emitió La 2 el último capítulo de La Carrera Espacial, dentro de su espacio Grandes documentales –ya saben, ese de las cuatro de la tarde a diario–.  Esta miniserie, producida por la BBC, magnífica, novelada, trata de la desesperada lucha por la conquista espacial de las dos grandes potencias en plena Guerra Fría. Por una vez amortizamos el perraje soltado por la estatal y no echamos la siesta a costa de del rubio que come arácnidos en Kazajstán o la apasionante vida en la Antártida (esta empieza el lunes).  

La Carrera Espacial nos recuerda que el primer paso en pegar petardazos a la estratofera fue cosa de los nazis. Inventaron el V2, el primer misil para entendernos. Machacó Londres desde la costa francesa, devastando todo a su paso. Era un arma imbatible. Los nazis no pudieron aprovechar todo su potencial. El avance aliado era irreversible. Aquí tenéis uno de los pocos ejemplares que quedan, en el Imperial War Museum de Londres. La foto la hicimos en una excursión con unos amiguetes.

  

El misil se sustenta en una base regada de muñecos de plastilina tallados por niños malheridos y mutilados de guerras actuales. Es sobrecogedor. 

El cohete de marras lo inventó el ingeniero Wernher von Braun gracias a la muerte de varias decenas de miles de judíos (murieron más personas en la construcción de los cohetes que en el bombardeo de los mismos). Este señor fue reclutado luego por los americanos, y fue la cabeza pensante de los proyectos Saturno y Apolo. El documental narra su epopeya espacial y la de su contrincante soviético, el ingeniero Sergei Korolev, el pavo que puso en órbita el Sputnik-1. Ya ven, la de criauritas que tuvieron que morir para que Amstrong se trajera cuatro piedras del Mar de la Tranquilidad. Así es la condición humana.

 Definitivamente no me libro de los documentales de bichos, que no aguanto. Aquí tienen la Guía TV mostrando un orangután junto a la descripción del documental británico. O quizá es la foto de Wernher von Braun antes de que Eisenhower le pagara la rinoplastia.